jueves, 20 de agosto de 2009

Ya llega el cinco de febrero…


FESTIVIDAD DE LA CRUZ DE MOTUPE

Nuestro vecino departamento de Lambayeque es conocido nacional e internacionalmente por los milenarios restos del Señor de Sipán, su rica gastronomía, la simpatía y amistad que irradian sus gentes, pero sobre todo por la entrañable y profunda devoción a la Cruz de Motupe, símbolo de Redención de la humanidad.

Conocí esta devoción un cinco de febrero, hace exactamente 44 años cuando viajaba de Talara a Trujillo. Por aquella época la ruta que utilizaban “Línea Mora”, “Expreso Sudamericano” y cuantos vehículos se dirigían al sur era la carretera a Chulucanas. A la altura del kilómetro 65 se tomaba hacia la derecha por una pista, no tan buena como hoy, en la que el tramo más difícil era la peligrosa “cuesta de Ñaupe”. A 20 minutos del poblado de Olmos un desvío llevaba a San Julián de Motupe, un distrito ancestral, dónde se celebraba la fiesta patronal.

La historia de la Cruz se remonta al año 1850. Por aquel tiempo llegó a esta zona un religioso español de la orden franciscana, el padre Juan Agustín Abad. Se caracterizaba por su gran piedad, su fervor y ser hombre de oración; ayudaba a los necesitados sin esperar que se lo pidieran, asistía a los moribundos, celebraba la misa, cada día era un constante trajín y al atardecer desaparecía sin saberse dónde iba a descansar.

Con el tiempo fue ausentándose y sólo bajaba los fines de semana para rezar con todo el pueblo. Después se sabría que el “Padre Santo” como lo llamaban, ascendía a los cerros escarpados e inaccesibles para la gran mayoría y en una gruta pasaba muchos días. Allí sin sentir el paso de las horas se entregaba a la meditación y hacía muchos sacrificios, aplicándose fuertes castigos corporales que ofrecía por la salvación de las almas.

Para ayudarse en sus prácticas piadosas talló con sus hábiles manos una cruz de guayacán, árbol muy conocido en la región. De pronto, no se le vio más. Ante la incertidumbre aparecieron algunas personas a quienes Fray Juan Agustín había confiado que dejaba tres cruces en los cerros de Chalpón, Rajado y Penachí recomendándoles que a su desaparición o muerte las buscaran y las hicieran objeto de toda devoción.

Muchos motupanos se decidieron e iniciaron la búsqueda sin resultado positivo. Dentro de ellos el más tenaz era un joven de 22 años llamado José Mercedes Anteparra Peralta, quien –según su propio relato- después de buscar cuatro días de sol a sol, con los pies sangrantes, la ropa destrozada, las manos heridas, se dispuso a descansar. Acababa la tarde del cinco de agosto de 1868 cuando al dar una mirada panorámica al paisaje divisó entre las peñas más altas del Cerro Chalpón un pequeño cerco que parecía hecho por mano humana. Emocionado y pese a lo avanzado de la hora empezó a trepar, estuvo a punto de despeñarse varias veces pero logró llegar a la gruta. Allí extasiado, llorando de emoción contempló el Madero Divino, era como un sueño del que no quería despertar. Bajó a Motupe y pidió a dos amigos le ayudaran para al día siguiente bajar la Cruz, lo que hicieron acompañados de un inmenso gentío.

Trascendencia. Los milagros no se hicieron esperar. Así lo demuestran los miles de devotos que llegan hasta la cueva durante todo el año, especialmente para la gran festividad que se celebra dos veces: el cinco de febrero y el cinco de agosto. El peregrinaje demanda sacrificio. De Motupe se toma el vehículo –que pasando por Salitral nos lleva hasta el lugar denominado Zapote que queda en las faldas del Cerro Chalpón. A continuación, ascendemos, caminando aproximadamente hora y media por las escalinatas construidas en plena roca y rezando el Vía Crucis.

Hace décadas se ascendía entre rocas, tierra, ramas y la gente subía atada por sogas, pero ayer como hoy, la fe que mueve montañas nos hace vencer impedimentos, olvidar la edad, superar obstáculos para llegar a la gruta en lo más alto del Cerro de Chalpón. Postrados expresamos nuestra gratitud y entre lágrimas y ruegos pedimos nuevas gracias diciendo ¡Oh Cruz Santísima! Tú que sostuviste en tus brazos abiertos el cuerpo clavado del Hijo de Dios, acógenos y ampáranos que nos encontramos desgarrados por el dolor, la enfermedad y la pobreza. Ayúdanos siempre y danos tu bendición.


Publicado en el diario regional “El Tiempo” en Enero del2009
Isabel Lequernaqué de Elías.
Piura, agosto del 2009.